La relación de factores psicológicos con la práctica de ejercicio es bastante evidente: se ha demostrado en numerosas ocasiones que practicar deporte implica menores niveles de ansiedad, mayores niveles de autoestima, mejor capacidad de concentración, etc. Por su parte, muchos procesos cognitivos, como la atención, son los encargados de condicionar o impulsar el rendimiento deportivo. De entre estos procesos, hay uno que resulta de especial interés: la motivación.
La motivación se define como un proceso dinámico e interno por el cual se tiene un impulso o deseo de obtener una meta. Así, tener motivación a la hora de hacer una actividad significa que está podrá ser realizada de forma más enérgica y efectiva. La motivación siempre es importante y útil; sin embargo, para aquellas actividades que no requieren un “coste” para el individuo (no requieran esfuerzo, demasiado tiempo, etc.) habrá veces en que las tareas se puedan realizar sin un nivel motivacional alto. Es decir, de una forma simplificada, se puede afirmar que cuanto más compleja sea la tarea, mayor será la motivación que el individuo necesite para poder completarla con éxito.
Una tarea que demanda mucho sería la realización de actividad física, ya que conlleva un gran gasto de tiempo y energía, pudiendo suponer incomodidad y molestias para los practicantes (como las agujetas) y resultando desagradable en ocasiones. Entonces, ¿por qué sigue la gente haciendo deporte?
En otras palabras, ¿qué motivación tienen las personas para realizar ejercicio? La motivación se ha dividido tradicionalmente en dos tipos: intrínseca y extrínseca. Aplicado al contexto deportivo, la motivación intrínseca se daría en aquellos individuos que se ejercitan por el mero hecho de hacerlo, sin conseguir nada concreto más allá que el placer de hacer ejercicio; por su parte, la extrínseca se daría en los deportistas que tienen algún tipo de objetivo, como ganar una competición o perder grasa. Se ha demostrado que los que se guían principalmente por la intrínseca suelen tener menor probabilidad de sufrir malestar psicológico derivado del deporte, como frustración, niveles demasiado altos de autoexigencia o, en casos extremos, ansiedad o depresión.
Otra distinción que cabría hacer para analizar correctamente el papel de la motivación en el deporte sería la de las distintas prácticas deportivas. Así, muy simplificadamente, podríamos separar la actividad física del deporte. El primero sería un concepto más amplio, que engloba el movimiento en su totalidad, mientras que el deporte haría referencia al aspecto competitivo y reglado del movimiento. Dependiendo de esta distinción, los motivos de los individuos para realizar ejercicio son distintos.
Según un estudio realizado por García Ferrando en 2006 con datos de ciudadanos españoles no competidores, los motivos para recurrir al movimiento serían en su mayoría “ejercitarse físicamente, disfrutar y vivir experiencias reconfortantes y estimulantes”; es decir, motivos intrínsecos. Sin embargo, aquellos que compiten suelen guiarse también por motivos extrínsecos, como ganar una medalla. Ahora bien, hay otras muchas preguntas relevantes, como, por ejemplo, por qué se eligen unos deportes antes que otros; o, por qué, con el mismo objetivo de “estar en forma”, algunas personas prefieren entrenar fuerza, y otras prefieren otro tipo de actividades. Para indagar en estos interrogantes, se han utilizado teorías psicológicas más amplias y complejas.
Entre ellas, una se basa en la “motivación de logro”, estableciendo que aquellos individuos con un alto motivo del logro (los que intentan siempre destacar en todo lo que hacen, asumiendo riesgos y responsabilidad en sus decisiones), elegirán deportes donde les resulte más sencillo ganar, aunque lo disfruten menos. Si bien estas teorías admiten que la motivación de una persona para realizar ejercicio es muy personal y debería estudiarse por separado para cada caso (esto es lo que haría un psicólogo deportivo), todas coinciden en varios factores que pueden mejorar el nivel de motivación de la gente para hacer deporte: en primer lugar, fijarse objetivos alcanzables y realistas; en segundo lugar, establecer unas metas lo más específicas posibles (más que “ganar fuerza”, por ejemplo, decir “quiero levantar 80 kg en sentadilla de aquí a un mes); en tercer lugar, poder obtener algún tipo de retroalimentación de los avances que se van realizando. Este último punto está en teoría con la línea del condicionamiento clásico, al afirmar que un refuerzo positivo otorgado en el momento correcto retroalimentará la motivación del individuo.
Todo esto puede conseguirse más fácilmente si es un entrenador cualificado, como los miembros del equipo de STMove, el que guía el proceso, ya que será el encargado de fijar metas factibles y concretas al deportista, así como darle feedback continuo.